CURANDERISMO

CURANDEROS, SANADORES Y ARREGLAHUESOS

Es francamente difícil intentar establecer una diferencia de grado o tipo en el mundo del curanderismo, pese a que la razón nos dice que ésta existe. Aquí intentaremos diferenciar, pese a su enorme dificultad, a los curanderos embaucadores , verdaderos estafadores sin escrúpulos e ineptos peligrosos, de los curanderos sanadores, depositarios de la cultura sanitaria popular.

La enfermedad, y consiguientemente el concepto de salud, existe desde el mismo origen de la vida. La enfermedad nace con el hombre y, en general, lo lleva a la muerte como símbolo final de su existencia. No es de extrañar que desde el mismo momento de su aparición, el ser humano buscara la forma de solucionar el problema, aplicando su creciente inteligencia a lo que le decía el instinto. Al no existir la medicina como institución, sin exámenes ni certificados de aptitud, todos los pueblos practicaban una medicina puramente artística; cualquier persona podía dedicarse a curar siempre y cuando hubiera alguna que accediera a ponerse en sus manos.
El historiador griego Herodoto (484-425 a.C.) relataba sobre los babilónicos que, pese a existir los médicos o especialistas de la salud, la mayoría de las personas llevaban a los enfermos a la plaza o mercado de la ciudad, y si algún transeúnte había padecido la misma enfermedad, se paraba a hablar con él y le daba buenos consejos o le indicaba algún remedio para su mal.

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Un sacerdote o médico, junto a una sacerdotisa o enfermera,
cura a un paciente en nombre de Esculapio.

Un sacerdote o médico, junto a una sacerdotisa o enfermera, cura a un paciente en nombre de Esculapio. Se ha supuesto, de forma bastante acertada, que unos de los primeros personajes que se lanzaron a actuar de curanderos como profesión (dejando a un lado a los sacerdotes o hechiceros, como veremos en un capítulo posterior) fueron, por una parte, los luchadores y gimnastas, y por otra, las comadronas.
Los primeros por su familiaridad con la anatomía y las lesiones físicas, los primeros auxilios y las dietas, por lo que trataban la mayoría de lesiones internas también mediante masajes, ungüentos, ejercicios o ciertos alimentos. Las comadronas, por su parte, eran las encargadas de acudir a los partos, asistir a cualquier problema relacionado con las llamadas enfermedades de la mujer; en ocasiones practicaban algún tipo de intervención sobre la madre o el recién nacido, daban consejos, recomendaban tisanas o infusiones, y recitaban oraciones para que los dioses les ayudaran en su labor y, de paso, también podían hacer de alcahuetas, preparar filtros amorosos y, si era necesario, practicar abortos. En realidad cualquier persona podía ser terapeuta, ya que las necesidades de salud prácticamente les obligaban a desarrollar distintos métodos con el fin de tratar a los amigos, compañeros o familiares.


En Roma, antes de que se introdujera la terapéutica griega, eran los pater familias los que se encargaban de curar a los suyos y a sus siervos con remedios caseros, utilizando como apoyo los sortilegios mágicos y, en última instancia, la ayuda de los dioses; los romanos más acomodados tenían incluso un servus médicus o esclavo médico, personaje más especializado encargado de estos fines. Por otra parte, ante la pérdida de la salud, muchas veces no le queda al creyente nada más que el refugio en la religión, solicitando la intervención divina o, en todo caso, de sus subalternos, ya sean espíritus celestiales, santos sanadores o, quizá, los sacerdotes.

En casi todas las civilizaciones primitivas el sacerdote y el médico han sido inseparables, pues el sacerdocio significaba la acumulación de conocimientos muy variados, y la continuidad y transmisión de las ideas.

Diferentes procedimientos han guiado la comunicación entre el hombre y la divinidad cuando no ha podido solicitar la ayuda de intermediarios, siendo los más sencillos los que van desde la simple adoración en espera de su agradecimiento, las oraciones, las rogativas o las súplicas por el bien deseado, hasta algunos quizá más complejos y que se encuentran ampliamente arraigados en los pueblos primitivos y en las prácticas populares que se extienden desde la brujería hasta el curanderismo más tradicional, como son los conjuros y los ensalmos. El conjuro consistiría básicamente en una oración que conlleva supuestamente el poder de exigir, mientras que el ensalmo tendría más bien un fin de súplica; pese a la idea que tienen muchos, nosotros estaríamos con el doctor Castillo de Lucas que opinaba que el hecho de que frente a las enfermedades existieran más ensalmos que conjuros se debía a que frente a la enfermedad el hombre se siente más humilde y pierde la soberbia que le llevaría a amenazar para conseguir la salud; en realidad, los conjuros han sido utilizados con más frecuencia para alejar al demonio o a los malos espíritus que para implorar la ayuda divina.

La gente normal del pueblo, especialmente los que han estado alejados de zonas urbanizadas y donde han podido llegar con dificultad los estamentos sanitarios, no han tenido más remedio que solucionarse los problemas de salud como han podido. El pueblo, actuando como si fuera una esponja cultural, ha ido asimilando a lo largo de muchos años diversos conceptos y conocimientos hasta desarrollar su propia medicina popular. Los orígenes de este sistema médico popular se atribuyen a la adopción de múltiples capas culturales, albergando de esta forma tal pluralismo médico que ha entrado a formar parte de la llamada Folkmedicina, concepto que abarca un sistema de valores, creencias, ideas, vocablos, costumbres y prácticas sobre la enfermedad y la salud. Este sistema médico extraacadémico ha sido resultado, tal y como hemos dicho, de la absorción social de elementos procedentes de distintas culturas con las que ha convivido a lo largo de la historia, por lo que no es extraño que nos encontremos con un amplio y heterogéneo contenido. Esta variedad nos genera una etiología de la enfermedad más o menos modernizada en una mezcla de conceptos animistas, del culto a los astros, el culto al fuego y al agua, la acción de los fenómenos naturales o potencias de la naturaleza, la divinización de objetos materiales, la acción de fuerzas espirituales o malignas junto a la capacidad curativa atribuida a los santos, a Cristo, a la Virgen o al mismo Dios; se fusionan también restos de la patología humoral griega, especialmente en lo referente al frío y al calor, junto con restos tamizados de la medicina del siglo XV en cuanto a que las enfermedades se debían a una falta de armonía que debía curar la naturaleza, a lo que se añaden de paso conceptos recién asimilados de la medicina académica.

Los diagnósticos, a falta del poder de la tecnología, incluyen habitualmente las más variadas formas de adivinación. Y los tratamientos, de forma similar al desarrollo etiológico, combinan ampliamente los métodos mágico-religiosos, las más variadas terapias físicas, la toma de productos naturales y plantas medicinales, así como pequeñas intervenciones quirúrgicas; no es de extrañar, por tanto, que se mezclen conjuros, ensalmos y oraciones con masajes o baños, la toma de infusiones y bebedizos con la aplicación de unciones y emplastos, así como, en un intento de practicar la medicina preventiva, el uso de amuletos y talismanes. Por desgracia para los puristas de la medicina tradicional y los que disfrutan e investigan con ella, en las sociedades más desarrolladas la folkmedicina está siendo desplazada por elementos excesivamente modernistas de la medicina científica y por determinados aspectos de ciertos sistemas médicos extracadémicos que, por desgracia, evolucionan la mayoría de las veces a simples estafas más propias del curanderismo embaucador que del curanderismo sanador. Aunque quizá, y en el fondo, es absurdo quejarse de ésto, ya que es propio de la folkmedicina y está impuesto por su propia dinámica el impregnarse y seguir utilizando cualquier método de sanación que se ponga a su alcance. El poder de sanación del curandero se encuentra en algo tan difícil de definir que ha recibido multitud de nombres: poder, fuerza, ritual, gracia, energía, espíritu… Este don especial es algo que «se tiene» y que en la mayoría de los casos «se nace con él».

El ambiente supersticioso siempre ha rodeado al nacimiento y el pueblo, a pesar de la presión religiosa, ha buscado en esta nueva generación emergente los continuadores de la medicina teúrgica, seres especiales dotados de estos poderes sobrenaturales como son los llamados saludadores o santigüadores que se decían descendientes de Santa Quiteria, los zahoríes cuya capacidad era obtenida al nacer en viernes, los ensalmadores, conjuradores, adivinos, curanderos o chamanes. Antes era frecuente creer que los nacidos al son de las campanadas del reloj coincidiendo con las tres, las seis, las nueve y las doce horas, tenían el don de la doble vista o capacidad para percibir a los seres invisibles que se supone nos rodean. El pueblo cree que existen personas con el porvenir marcado y que tienen un maravilloso poder curativo debido a la «gracia» que poseen. Basan estas ideas en creencias tan absurdas como el haber llorado dentro del vientre de la madre creyendo que sabrá mucho y acertará en todas las cosas (don que se pierde si la madre lo dice antes de que cumpla los siete años), el haber nacido con un diente, el nacer de pie, nacer mellizo, nacer antes de tiempo (especialmente los sietemesinos), nacer con manto blanco o con las membranas amnióticas sobre la cabeza, o nacer con color amarillento por la ictericia neonatal o con un nevus pigmentario sobre la cara (tal y como creen los indios cunas). Otras veces el tener, por ejemplo, una imagen de la cruz de Caravaca en el cielo de la boca implicaba, en tierras españolas, la capacidad de chupar mordeduras de perro rabioso y sanar al mordido.

Clásica era la creencia de que por ser el séptimo hijo iba a tener una vida dedicada a la curación. En la localidad inglesa de Yorkshire y en algunas partes de Gales, el séptimo hijo de un padre que a su vez fuera él hijo séptimo, era un médico innato, poseyendo un conocimiento intuitivo del arte de curar todas las enfermedades, mientras que en España y de una forma parecida se creía que el séptimo hijo de una mujer que sólo hubiera procreado varones sería un saludador, pero si la mujer tenía siete hijas y ningún varón intermedio, la última sería bruja; en Cataluña, Baleares y Valencia diferían en ciertos aspectos creyendo que el séptimo hijo de una serie ininterrumpida del mismo sexo tenía el poder de apagar el fuego de tres soplidos, inmunidad si se tiraba desde gran altura y frente a los disparos con arma de fuego, así como capacidad de curar las heridas si chupaban siete veces la sangre que manaba de ellas, mientras que si la serie de hijos eran de sexo femenino, la séptima hija sería una hábil partera. Reconocidas virtudes sanadoras tenían en los pueblos católicos los nacidos en Viernes Santo a las tres de la tarde, hora en que murió Jesús, y el don de adivinos los nacidos el 24 de Diciembre a las doce de la noche, hora en la que se fija su nacimiento.

En el pueblo de Santa María, en Mallorca, se suponía que los nacidos el día de San Pablo tenían el poder de curar las quemaduras y picaduras de insectos venenosos con su saliva. Pese a la típica predestinación del curandero popular, también se acepta habitualmente la existencia de un curanderismo por tradición e incluso por aprendizaje, aunque en éste último caso la gracia debía de recibirse gratuitamente, siendo eso incluso más importante que la voluntad personal o del esfuerzo del futuro curandero. Llama poderosamente la atención el hecho que muchos de los sanadores actuales no presentan ya estos signos «clásicos» de su poder.

El curandero urbano contemporáneo alega tener visiones desde su nacimiento, sufrir frecuentes desmayos de pequeños, protagonizar hechos «raros» en su infancia o hablar desde su más tierna edad con parientes ya fallecidos. Otras veces es simplemente la evidencia práctica ocasional de un poder de sanación inconsciente cuando intentaban aliviar a un familiar de sus dolencias o lo relacionan con sus creencias religiosas en Dios, Cristo o la Virgen. También los hay que encuentran en sí mismos estas facultades cuando fueron descubiertas al realizar una consulta a otro vidente, o al sufrir una situación trágica como la muerte de un padre, esposo o hijo. Otras veces las capacidades de sanación compensan una vida anterior traumática, desdichada o con falta de afecto. Los hay que realizan estas prácticas por simple herencia familiar, otros refieren que son personas enfermas que se ven en la necesidad de curar a los demás para mantenerse sanos o alegan que son «obligados» o «forzados» por Dios, ángeles, espíritus o seres luminosos. La mayoría supone que esta «gracia» desaparece si se revela a un profano, y es opinión generalizada (lo que los diferencia de los curanderos estafadores) que la dedicación sanadora de un curandero debe ser absolutamente desinteresada, y quienes cobran una tarifa fija por su don, lo pierden.

Para que la terapia del curandero sanador llegue a buen término se considera fundamental la creencia del que sufre en el sistema curativo al que accede, pero diversos investigadores también han considerado indispensable que el terapeuta esté convencido de su propia fuerza y de la bondad de su técnica, así como de su destreza y capacidad de transmitir tal convicción quien acude a solicitar su ayuda.

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A) Ensalmador de Saint-Gourlay tratando unas neuralgias, hacia 1880.

B) Curandera de Bahía, Brasil, tratando un dolor de cabeza

A) Ensalmador de Saint-Gourlay tratando unas neuralgias, hacia 1880. B) Curandera de Bahía, Brasil, tratando un dolor de cabeza

Esto nos recuerda la importancia que tiene para la medicina académica, demostrada en muchísimas ocasiones, el llamado «rapport médico-paciente» o el simple «poder contactar» con el paciente. El curandero quizá lo tiene más fácil, pues suele relacionarse con su paciente con los mismos códigos comunicativos utilizando un lenguaje sencillo fácil de comprender, mientras que el médico suele mantener un nivel relacional diferente al usar expresiones llenas de tecnicismos, latinajos o palabras tomadas del griego, y que el enfermo interpreta como una falta de transparencia en su diagnóstico y tratamiento. Existen otras diferencias significativas entre los médicos y los curanderos dignas de recordar.

El curandero suprime una importante barrera física en la relación enfermo-sanador como es la mesa de oficina, además, no hace tantas preguntas como el médico, no hace una historia patológica del enfermo ni mantiene ningún tipo de documentación sobre el proceso; el diagnóstico suele ser rápido e inmediato y no queda pendiente de resultados de análisis o radiografías. Además, la consulta implica habitualmente un bajo coste económico, cobrando la llamada «voluntad», muy similar en casi toda la tipología curanderil (aunque los curanderos embusteros y estafadores si que suelen especificar, si se les insiste, en cuánto supone esa voluntad e incluso estipulan un precio fijo por consulta). Por otra parte, la imagen de la consulta de un curandero suele ser menos «fría» que la del médico y tiene un ambiente que podríamos llamar «especial» del que suele adolecer la consulta típica del médico.

Las copiosas bibliotecas de libros especializados son sustituidas por una amalgama de elementos mágicos, naturistas o religiosos; las clásicas orlas de facultad y los títulos de licenciatura o doctorado, asistencia a simposiums o cursos master, son sustituidos la mayoría de las veces por fotografías y figuras de vírgenes, cristos o santos sanadores, dando a entender que la importancia de la ayuda para la sanación se encuentra a un nivel que sólo los místicos pueden alcanzar; en otras ocasiones, multitud de velas encendidas crean una atmósfera de religiosidad llena de calma y quietud que evocan sentimientos de seguridad y protección, incitando a la necesidad de penitencia y perdón.

Curiosamente existe otra importante, y sorprendente, diferencia entre los médicos y los curanderos. Así como en la actualidad casi todos los enfermos quieren y exigen que su médico les explique a fondo su enfermedad, aunque la mitad de las veces no se enteren de nada, los enfermos de los curanderos habitualmente saben muy poco de todo el proceso, sólo si están o no curados y, la mayoría de las veces, no saben decir de qué han sido curados ni cómo.

Los curanderos populares trabajan sobre multitud de enfermedades, en realidad en tantas como encontramos en los tratados de patología general, aunque existe una cierta especialización en la dermatológicas, otorrinolaringológicas, digestivas, pediátricas y traumatológicas. Respecto a estas últimas, deberíamos destacar un tipo de curandero muy especializado y que, además, es uno de los mejor considerados dentro de este mundo, de los que tienen más clientes que se manifiestan descontentos con su médico y que son capaces de acudir primero a ellos que a los propios médicos (tengamos en cuenta que su habilidad manual supera a la de los traumatólogos, ya que incluso muchos tratamientos pasan a manos de otras personas, los fisioterapeutas). Nos referimos, claro está, a los llamados «desanudadores», «arreglahuesos» o «componedores de huesos», a los que el doctor Castillo de Lucas atribuía su antigüedad, profesionalidad y éxito a lo abandonada que tuvo la medicina durante mucho tiempo a la parte correspondiente a la traumatología. En Inglaterra, durante la década de 1860, sir James Paget (1814-1899) ya advirtió a sus colegas que era inútil condenar a los manipuladores de huesos mientras los médicos no fueran capaces de realizar estos tratamientos; pero como ésto no entraba en los planes de los estudios médicos, el campo quedó libre para que accedieran personas consideradas «no cualificadas» entre los que estaban los sanadores populares y los desarrolladores de nuevas terapias que en ocasiones han bordeado los límites del charlatanismo y que pertenecen a las llamadas medicinas marginales.

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Curandero de Vannes (Morbihan)
tratando un lumbago, hacia 1880
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Curandero de Vannes (Morbihan) tratando un lumbago, hacia 1880. En la segunda mitad del siglo XIX un campesino norteamericano de Virginia, EEUU, Andrew Taylor Still (1828-1917), creyó descubrir que su manipulación de la columna vertebral restablecía una correcta circulación de la sangre y era capaz de curar toda clase de enfermedades (desde los cálculos biliares a la infestación de lombrices), por lo que desarrolló una teoría por la cual pequeñas lesiones espinales o leves desviaciones de la articulación normal eran causas de estos trastornos; sus discípulos han sido los llamados osteópatas. Pasado un tiempo, en otra parte de EEUU, un comerciante llamado Daniel David Palmer (1845-1913), familiarizado con las técnicas de la osteopatía, llegó a una conclusión similar pero basándose en la regulación de las alteraciones funcionales de los nervios; sus discípulos han sido los llamados quiroprácticos.

La actividad de los clásicos curanderos arreglahuesos se basa más en la práctica y en la experiencia que en la gracia espiritual, el paso de fluidos energéticos o en facultades aportadas por seres sobrenaturales; es lo que podríamos llamar un curanderismo técnico. Su experiencia la han obtenido mayoritariamente con el ganado y los animales, ya que suelen ser pastores, ganaderos e incluso carniceros; pero también es una actividad que se puede aprender de otra persona que ya la tenía.

Es frecuente que los arreglahuesos sean varones, debido a una necesidad mayor de fuerza muscular, y con movimientos ágiles y seguros son capaces de detectar problemas musculares o articulares, esguinces, luxaciones o fracturas. Su tratamiento consiste en aplicar masajes (con las manos o con un paño de algodón, utilizando alcohol de romero, aceite, grasa animal, vinagre sólo o con sal, así como diversas preparaciones caseras), aplicar parches, pomadas, ungüentos o cataplasmas, así como, si es necesario, fajar, vendar o entablillar al paciente.En conjunto prestan un servicio válido a la sociedad, especialmente en zonas rurales y, pese a sus extraños diagnósticos de «tendones montados» o «nervios machucados», suelen ser bastante prudentes e incluso reenvían los pacientes a los médicos (y de la misma forma, algunos pacientes son reenviados por los médicos para ponerse en sus manos). Pese a que este tipo de curanderos se encargan de dolencias puramente físicas, lo cierto es que también tratan una parte de las llamadas «enfermedades no de médicos» que se expresan como desplazamiento de órganos: el estómago caído también llamado la espinela o sesgadura (por movilización de un supuesto hueso de la fosa gástrica), la espalda caída o la paletilla (desplazamiento del omóplato), la espalda abierta, el pecho abierto, la quebradura o relajadura (que supone la relajación de alguna parte corporal como los intestinos, el vientre o los órganos sexuales) o la caída de mollera (que sería el hundimiento de la fontanela en los niños), con los típicos métodos diagnósticos propios de otros curanderos. Es quizá, el tema de las llamadas «enfermedades no de médicos», uno de los que crea más confusión y, a la vez, más discusiones. Entre estas deberíamos diferenciar unas con un origen mas «orgánico» donde se encontrarían las antes comentadas junto con el empacho (causado por un exceso de alimentación o maldigestión), y otras con una causa «sobrenatural», que irían desde los básicos hechizos o la posesión de espíritus, hasta las llamadas actualmente «enfermedades culturales», como serían la añoranza, la envidia, la gafez o gafadura, el mal de aire (en sus muchísimas variantes) y el más que clásico mal de ojo.

Las enfermedades culturales, aunque en realidad se debería hablar de síndromes culturales, comprenden una mezcla clínica de signos y síntomas dispares que obedecen a una causa común, ya que reflejan la mentalidad del grupo al que pertenece el enfermo y que es expresión de su noción de enfermedad y, por tanto, de su cultura. Sobre éstas y su importancia en el mundo del curanderismo, volveremos a hablar en el último capítulo de esta serie. Francis Bacon (1561-1626), filósofo inglés que enunció la conocida frase de «Saber es poder», atribuía a la inconsecuencia y credulidad de los hombres el que prefirieran un curandero o una hechicera antes que a un médico experimentado, aunque quizá el hecho de que «cualquier» método es válido cuando una persona o un familiar se encuentra enfermo o doliente sea el factor más importante. Muchos de los defensores del curanderismo a ultranza alegan la frase del físico Albert Einstein (1879-1955) «La imaginación es más importante que el conocimiento», pero de la misma forma no podemos olvidar una cita del famoso arquitecto estadounidense Frank Lloyd Wright (1867-1959): «La verdad es más importante que los hechos»… Y lo cierto, más que les pese a algunos, es que el curanderismo… también cura…

Fuente: http://idd0073h.eresmas.net/public/artic10/artic10_6.html

9 comentarios en «CURANDERISMO»

  1. interesante el artículo,sorprende la sabiduria de los curanderos
    Soy abuela de una menor de 7 años que tiene nevo blanco esponja ,enfermeded hereditaria a la mucosa bucal, necesito conocer algún tratamiento naturista,espero lograr contacto con Uds
    Gracias

  2. Hola quisiera invitarte a mi blog y compartir la retroalimentación de los artículos.

    escuelajuverianaparacuranderos.wordpress.com

    Saludos

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  4. Hola,me llamo Viktoria y vivo en León ,tengo un don sanar y curar,si alguien tiene algún tipo de problema ,estoy PA ayudar.ponéis en contacto 637394427 .un saludo.

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